La enfermedad inflamatoria intestinal es un nombre amplio que se usa para describir distintos trastornos relacionados con el tracto digestivo que tienen en común la inflamación. Algunos de los síntomas relacionados con esta enfermedad son la diarrea, el sangrado rectal, el dolor abdominal, la fatiga o la pérdida de peso. Es una enfermedad que, si no se trata adecuadamente puede generar complicaciones que llegan a poner en riesgo la vida. Se trata además de una enfermedad crónica para la que en la actualidad no existen tratamientos curativos y, por lo tanto, resulta muy importante aprender a convivir con ella.
En su desarrollo interactúan muchos factores. Condiciones ambientales, como la ingesta de alcohol o el consumo de tabaco, el estrés, la dieta, la contaminación atmosférica o la predisposición genética entre otros se combinan en un cuadro complejo y en el que existen diferentes mecanismos que pueden acabar generando una crisis.
La Dra. Maria Esteve, jefa de la Unidad de Enfermedades Inflamatorias Intestinales del Hospital Universitario Mútua Terrassa de Cataluña, en España, explica que a pesar de toda esta complejidad, su diagnóstico en la actualidad no es difícil. “La prueba diagnóstica principal es una colonoscopia que permite la visualización de las lesiones del final del intestino delgado y del colon, y la toma de muestra de tejido o biopsia. El problema radica cuando los síntomas que presentan los pacientes son leves o se pueden atribuir a otras enfermedades y se hace un diagnóstico de forma tardía”.
Joaquín Hinojosa, presidente de la Fundación Española del Aparato Digestivo (FEAD) coincide en que uno de los problemas de los pacientes con enfermedad inflamatoria intestinal es el retraso en el diagnóstico. “Esto ocurre menos en las colitis ulcerosas, porque presentan un sangrado rectal que hace que se consulten más precozmente. Ha habido muchas acciones de cara a los médicos de Atención Primaria, así como educación y formación de los residentes de Digestivo, para que estén pendientes de esta situación. También el poder disponer de un biomarcador en heces como es la calprotectina ha ayudado a reducir el infradiagnóstico”.
Consejos dietéticos para los pacientes
En la actualidad no se ha identificado claramente ningún alimento que pueda desencadenar o empeorar la actividad inflamatoria en estos enfermos. Lo que sí hay son consejos que pueden ayudar a controlar y minimizar sus efectos, prestando especial atención al momento de la enfermedad, ya que son iguales los consejos cuando se está produciendo una crisis que cuando esta ya ha terminado.
Durante la fase aguda es importante evitar alimentos irritantes, como pueden ser los cítricos o el picante, y tomar muchos líquidos para prevenir la deshidratación, incluso con la administración de un suero oral si las deposiciones son muy líquidas. “Además hay que evitar las comidas abundantes, recomendando entre cinco y seis tomas al día, descansar después de las comidas y poner atención a la forma en cómo se cocina, siendo más preferente el uso de la plancha y el horno” explica el Dr. Hinojosa.
Pasada esta fase aguda, el especialista considera que los pacientes pueden comer libremente de todo, evitando aquellos alimentos que ellos detecten por experiencia propia que no toleran bien. “También es importante que la dieta sea rica en fibra. Muchas veces los pacientes identifican la fibra con la diarrea y esto no es necesariamente así. La fibra absorbe los líquidos del intestino y ayudará a una mejor consistencia de las heces”.
El Dr. Hinojosa incide en la necesidad de transmitir el mensaje de que no es necesario evitar los lácteos. “Solo en aquellos que presenten una intolerancia a la lactosa se deben evitar, así como cuando el paciente está en una fase aguda. Fuera de estos casos es recomendable su inclusión en la dieta por el aporte de calcio”.
La importancia del ejercicio físico
Los síntomas de esta enfermedad, como la fatiga, el dolor abdominal, los periodos de brote de la enfermedad y la urgencia defecatoria, entre otros, limitan la realización de este ejercicio físico. Pero a pesar de todo esto, es importante recordar los beneficios que la práctica de la actividad física tiene para estos enfermos.
“Hay estudios que demuestran una mejora significativa en la calidad de vida de los pacientes con enfermedad inflamatoria intestinal leve o moderada comparados con pacientes sin ejercicio físico” comenta Olga Benítez, enfermera de la Unidad de Enfermedades Inflamatorias Intestinales del Hospital Mútua Terrassa (España), quien añade como esta actividad ayuda también a mejorar la densidad ósea y reducir la mortalidad.
A la hora de dar pautas para la realización del ejercicio físico hay que tener en cuenta una serie de condiciones, como explica Olga Benítez. “La intensidad debe ser leve o moderada, predominando el ejercicio aeróbico e isotónico. Cuando existe incontinencia fecal que no presentan hipertonía anal, es decir, una menor relajación y capacidad del esfínter del año en distenderse al defecar, se pueden recomendar ejercicios de fortalecimiento del suelo pélvico”. En la planificación de la actividad física también puede dar una mayor tranquilidad y confort el localizar los aseos públicos más cercanos, explica la enfermera.
Los probióticos y prebióticos, una prometedora opción
El desequilibrio en lo que se conoce como microbioma, que es el conjunto de microorganismos que vive en nuestro intestino, se ha relacionado con esta enfermedad. Por ese motivo, una de las vías que ahora se está investigando y de la que se espera lograr pronto importantes resultados aborda precisamente recuperar este equilibrio mediante el uso de dos productos: los probióticos y los prebióticos.
Los primeros consisten en alimentos o suplementos que contienen microorganismos destinados a mantener o mejorar las bacterias “buenas” de cuerpo. Los prebióticos, por su parte, son alimentos, generalmente con alto contenido en fibra, que actúan como nutrientes para la microbiota humana y que se utilizan con la intención de mejorar el equilibrio de estos microorganismos.
El Dr. Joaquín Hinojosa señala como empieza a haber evidencias de los efectos beneficiosos de estos productos, que tienen como ventaja que no presentan efectos negativos. “Lo mejor es utilizar la combinación de probióticos y prebióticos, lo que se denominan simbióticos, ya que se produce un efecto sinérgico entre ellos que potencia sus beneficios”.
Sin embargo, esta vía todavía necesita de más investigación y desarrollo, como explica el propio Dr. Hinojosa. “Aunque en la actualidad existen muchos productos de este tipo, el principal problema con ellos radica en que la mayor parte de los microorganismos que los componen acaban siendo transeúntes, es decir, pocos se adhieren a la pared del intestino. Así que por ahora siempre los aconsejaría como un tratamiento complementario, nunca como algo aislado”.
Por Miguel Ramudo
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