Tragar es una de las primeras cosas que realizamos al nacer. Después de pasar alrededor de 40 semanas de vida uterina y de alimentarnos por medio de los nutrientes que nos llegan de nuestra madre por medio del cordón umbilical, el instinto de succionar y tragar nos permite sobrevivir tras nuestra llegada a este mundo. La deglución es un mecanismo complejo en el cual intervienen coordinadamente estructuras de diferentes sistemas tales como el sistema digestivo, el sistema respiratorio y el sistema neurológico, entre otros y que realizamos de manera instintiva todos los días de nuestra vida.
Con el proceso del envejecimiento o el desarrollo de algunas enfermedades pueden aparecer problemas para tragar. A este problema se le conoce como disfagia, que es la dificultad para conseguir que los alimentos que comemos, una vez masticados, pasen desde la boca hasta el estómago. Esto puede ocurrir tanto con alimentos sólidos como líquidos.
Existen dos tipos de disfagia según su causa: la neurológica, que es la que ocurre cuando se altera la función de los músculos implicados en la deglución, y la mecánica, que está causada por algún tipo de obstrucción o dificultad de tránsito en cualquier tramo del recorrido del bolo alimenticio en su camino al estómago. Asimismo, en función de la localización existe la disfagia orofaríngea, que es cuando el problema está entre la boca y el inicio del esófago, y la esofágica, cuando se localiza entre el esófago y el inicio del estómago.
Se estima que la disfagia afecta a cerca del 3% de la población general. El riesgo de sufrir este trastorno aumenta con la edad. A partir de los 65 años entre 1 y 3 de cada 10 mujeres y hombres tienen algún tipo de dificultad en su deglución. El porcentaje es mucho más alto en personas mayores que viven en asilos o residencias, así como en personas con enfermedades neurodegenerativas, como el Parkinson o el Alzheimer y a personas que han sufrido embolias o accidentes vasculares cerebrales, según explicó a Vida y Salud el Dr. Pere Clavé, director de investigación en el Consorci Sanitari del Maresme y uno de los referentes internacionales en el estudio de la disfagia, en este artículo.
La Dra. María Riestra, especialista del Área de Nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN), indica que existen muchas enfermedades en las que pueden aparecer problemas de deglución. “La mitad de las personas que ha sufrido un ictus (o embolia cerebral) sufrirá disfagia. Algunos problemas neurológicos, como la demencia, la enfermedad de Parkinson o las enfermedades neurodegenerativas pueden desencadenar también problemas de disfagia. Los tumores de la región de la cabeza o el cuello suelen provocarla en algún momento, así como los tumores del esófago, no solo por el propio tumor sino también por algunos tratamientos como la radioterapia”.
Esta experta resalta que el endocrinólogo desempeña un papel fundamental para detectar y tratar los casos de disfagia. “Este especialista es clave para conseguir un óptimo estado nutricional y de hidratación adaptando no solo las texturas y el volumen de los alimentos que el paciente debe recibir, sino también en el momento de prescribir algún tipo de suplementación nutricional a quien lo necesite o una terapia médica nutricional mediante sondas para aquellos pacientes en los que no se consiga una deglución segura y eficaz”.
Recomendaciones nutricionales
Las recomendaciones de alimentación varían en función del diagnóstico y el tipo de disfagia que tenga la persona afectada. Por ejemplo, si la persona con disfagia mantiene la capacidad para deglutir la primera medida que se debe tomar es intentar adaptar la textura de los alimentos. “Cuando aumentamos la viscosidad de un alimento o bebida, la persona tiene más tiempo para prepararse para la deglución y así se facilita el control del alimento o bebida en la boca”, detalla la Dra. Riestra.
En función del grado de la disfagia, se puede ofrecer a la persona una textura de fácil masticación o totalmente triturada. “Algunos alimentos deben evitarse para que la deglución sea segura, por ejemplo, aquellos de textura mixta como la leche con galletas o los que desprenden mucho líquido, como algunas frutas”.
Si tienes a una persona cercana afectada por la disfagia es muy importante supervisarla durante las comidas: verificar si tose después de tragar, lanzarle órdenes cortas, sencillas y concretas, utilizar la cuchara o el tenedor y no darle de comer con jeringa. “El paciente también debe estar en una postura adecuada, no hablar hasta completar la deglución y evitar recostarse hasta al menos 30 minutos después de comer, para que no se produzcan regurgitaciones”, concluye esta endocrinóloga.
Por Karla Islas Pieck
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