- Un diagnóstico precoz de la enfermedad puede suponer que hasta un 90 % de los casos se lleguen a controlar
- Llevar a cabo revisiones periódicas de la vista con oftalmólogos es clave para descubrir a tiempo el glaucoma
- En la actualidad ya existen técnicas quirúrgicas mínimamente invasivas con excelentes resultados para el control de esta enfermedad
El glaucoma es una enfermedad que daña el nervio óptico del ojo. Generalmente se produce cuando se acumula líquido en la parte delantera del ojo y este exceso acaba aumentando la presión del ojo y dañando el nervio óptico. Se trata de la principal causa de ceguera en personas mayores de 60 años y se sabe que los afroamericanos y los hispanos tienen un mayor riesgo de desarrollar esta enfermedad, aunque las razones de esto no están claras. Muchos expertos sospechan que se trata de posibles diferencias genéticas.
La ceguera causada por el glaucoma, a diferencia de otras como la producida por las cataratas, es irreversible, aunque por fortuna existen alternativas actualmente que ayudan a prevenir esta ceguera. Más de 3 millones de estadounidenses mayores de 40 años tienen glaucoma y se ha estimado que para el año 2030 esta cifra alcanzará los 4 millones y que llegará hasta los 6 millones para el año 2050.
Una enfermedad sin síntomas
Uno de los principales retos que plantea el diagnóstico precoz del glaucoma es la inexistencia de síntomas que puedan alertar de que la enfermedad se está desarrollando. Es cierto que la pérdida de la visión puede alertar de que algo malo está sucediendo, sobre todo la periférica. Pero cuando esta se produce, generalmente los daños que se han producido ya son irreversibles.
“Un correcto diagnóstico y una detección precoz son fundamentales para poder abordar de manera positiva el glaucoma. Si la enfermedad se detecta en fases tempranas, más del 90 % de los casos llegarán a ser controlados, y de aquí la importancia de los controles oftalmológicos de forma periódica a toda la población”, explica el Dr. Carlos Palomino, uno de los responsables del Servicio de Oftalmología de Olympia en Barcelona, España, quien destaca la importancia de un diagnóstico rápido y temprano para evitar que esta patología pueda llegar a ocasionar pérdida de visión.
Para poder diagnosticar el glaucoma, es necesario un examen ocular completo, ya que una prueba que solo verifique la presión en el ojo no es suficiente para detectarlo. Así, el oftalmólogo tiene que realizar las siguientes comprobaciones:
- Medir la presión ocular.
- Revisar el ángulo de drenaje del ojo.
- Examinar el nervio óptico para comprobar que no haya daño.
- Realizar una prueba de visión periférica o lateral.
- Medir el espesor de la córnea.
Tipos de glaucoma
Cuando hablamos de glaucoma debemos saber que existen dos grandes tipos principalmente:
- Glaucoma crónico de ángulo abierto. Este es el tipo más común de glaucoma. Se produce gradualmente cuando el ojo no drena tan bien como debería el fluido. Como resultado, la presión del ojo aumenta y empieza a dañar el nervio óptico. Se trata de un glaucoma no doloroso y que no causa ningún cambio en la visión al inicio.
- Glaucoma de ángulo cerrado o de ángulo estrecho. Este tipo se produce cuando el iris de una persona está muy cerca del ángulo de drenaje en el ojo y esto hace que se pueda bloquear este último. Cuando el ángulo de drenaje queda bloqueado completamente, la presión ocular aumenta rápidamente y se produce lo que se conoce como un ataque agudo. Se trata de una verdadera emergencia ocular y debe llamar al oftalmólogo de inmediato o puede quedarse ciego. Este tipo de glaucoma sí que presenta síntomas: la visión se vuelve borrosa de repente, se tiene un dolor intenso en el ojo, dolor de cabeza, náuseas, vómitos, se ven anillos o aureolas de arcoíris y luces.
¿Cómo se trata el glaucoma?
Hoy en día existen diferentes opciones disponibles para el tratamiento del glaucoma. “En la actualidad existen muchas posibilidades terapéuticas para reducir la presión intraocular y frenar el daño que produce la enfermedad y poder evitar la ceguera”, destaca el Dr. Palomino.
En las fases más iniciales es posible controlar esta enfermedad con un tratamiento farmacológico consistente en gotas que se colocan a diario para disminuir la presión en el ojo. Algunos de estos medicamentos lo que hacen es reducir el fluido acuoso que produce el ojo, mientras que otros disminuyen la presión ayudando a que el fluido atraviese mejor el ángulo de drenaje.
Sin embargo, estos medicamentos no están exentos de causar efectos secundarios, como sensación de picazón, enrojecimiento de los ojos, cambios en el pulso y frecuencia cardiaca, boca reseca o visión borrosa entre otros. Por eso, también existe una alternativa quirúrgicas, que actualmente son muy poco invasivas y que tienen un impacto positivo sobre los pacientes, a pesar de que cada uno pueda tener una progresión diferente en su recuperación posterior.
Estas operaciones son mínimamente invasivas y pueden actuar en distintas zonas del globo ocular, desde la zona angular a la creación de drenajes que permitan contar con una solución a medida de cada paciente dependiendo de su edad, de la progresión de la enfermedad y del estado de la superficie ocular.
Estos nuevos procedimientos de cirugía tienen en común la posibilidad de anestesia local tópica, un aspecto importante, ya que suele ser una intervención mucho más rápida que las clásicas. Son técnicas rápidas en las que se utilizan implantes microscópicos de diversos tipos para comunicar el interior del ojo y el espacio subconjuntival. La recuperación del paciente es muy rápida, así como su vuelta a su vida habitual.
Por Miguel Ramudo
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