Apenas hay tiempo para asimilar el diagnóstico de cáncer cuando las preguntas sobre el tratamiento empiezan a aparecer. ¿Recibiré quimioterapia? ¿Cuántos ciclos? ¿Será un tratamiento largo? Y en esa vorágine de dudas, preguntas e incertidumbre tu médico te recomienda la implantación de un reservorio subcutáneo. Tu primera reacción probablemente sea poner cara de póker y preguntarte si merece la pena pasar por el quirófano para que te implanten este dispositivo, pero lo cierto es que los reservorios tienen innumerables ventajas para los pacientes con cáncer.
¿Qué es un reservorio?
Un reservorio es un dispositivo para la administración de tratamiento de quimioterapia a través de un catéter que se introduce en una vena de amplio calibre, normalmente en el tórax. “Suelen ser de dos tipos: aquellos que van directos a una vena grande central del tórax, normalmente en la vena cava superior, llamados reservorios venosos centrales ─el más conocido es el port-a-cath─; o bien aquellos que se colocan en la parte superior de los brazos y a través de venas periféricas grandes, y permiten conducir un catéter hasta alcanzar la zona de la vena cava superior. Estos son los reservorios venosos centrales a través de acceso periférico, comúnmente llamados PICC”, explica el doctor Jesús
García-Foncillas, director del Departamento de Oncología del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz y del Instituto Oncológico OncoHealth, perteneciente al mismo centro hospitalario.
Menos pinchazos
Pero, ¿cuáles son sus beneficios? ¿Y por qué no todos los pacientes llevan un reservorio para recibir el tratamiento? Según el doctor García-Foncillas, “estos dispositivos permiten evitar los efectos secundarios que se derivan de la administración de quimioterapia por vías venosas periféricas, donde existe riesgo de que se pueda romper la vena y, con ello, extravasarse el producto de quimioterapia. Esto provocaría lesiones graves en el tejido circundante al punto de punción. Esta es una de las ventajas más importantes. La segunda es que, al ser un dispositivo fijo, no se necesita estar buscando punto de punción en cada ocasión, porque siempre se pincha con seguridad en el mismo sitio. Y la tercera ventaja es que nos permite hacer extracciones a través de este dispositivo, lo cual facilita mucho el que, de una manera rápida, sencilla y mucho menos cruenta, podamos hacer un análisis de sangre”.
María Villafranca fue paciente de cáncer de mama y recibió 16 ciclos de quimioterapia. “A mí me lo pusieron tras el segundo ciclo de quimio y solo esos dos ciclos ya dañaron las venas de manera irreversible. De hecho, ahora tengo dificultades para sacarme sangre en el brazo derecho. En el izquierdo no pueden pincharme porque me quitaron algunos ganglios en la operación de cáncer de mama y tendría riesgo de linfedema. Mi experiencia
fue muy buena. No tuve problemas ni durante la intervención para ponérmelo, ni durante el tiempo que lo llevé implantado, ni en la operación para quitármelo”, asegura María.
¿Por qué no todos los pacientes llevan un reservorio?
Estos dispositivos suelen recomendarse a aquellos pacientes que recibirán cuatro o más ciclos de quimioterapia. Además, es necesario que el hospital cuente con un servicio de radiología intervencionista o de cirugía vascular que permita su colocación de manera rápida para evitar que se retrase el inicio de la terapia. También es necesario que el hospital cuente con personal de enfermería que tenga experiencia en su uso, tanto para la extracción de sangre como para la administración de quimioterapia y para el mantenimiento y la limpieza del reservorio.
La implantación de estos dispositivos es muy sencilla y solo requiere anestesia local. Deben colocarse por debajo de la piel y generalmente no es necesario ingreso hospitalario. “En mi caso, tardaron unos 15 días en operarme y la intervención fue ambulatoria y muy sencilla.
No tuve ninguna complicación, únicamente dolor en el hombro y en el tórax durante dos o tres días. Además de los daños en las venas, el reservorio me ahorró el dolor de los pinchazos y los moratones tras los ciclos de quimio. Cada vez que me sacaban sangre para alguna revisión lo hacían a través del reservorio por lo que he evitado muchos pinchazos en unas venas ya dañadas”, dice María.
Los cuidados del reservorio
El reservorio no necesita muchos cuidados, pero deberás asegurarte de que está limpio y de que acudes regularmente al hospital para que el personal de enfermería lo revise. En el catéter pueden quedar rastros de sangre que obstruyan el dispositivo y dificulten la infusión del tratamiento y/o la extracción de sangre y que puedan provocar también una infección. Para evitarlo, el personal de enfermería lo limpiará con heparina y se asegurará de que sea permeable. “La complicación más habitual es la infección del catéter, que puede ocurrir también a nivel de la piel que lo cubre y que puede llegar a requerir retirarlo. En algunas ocasiones se puede producir la apertura de la piel que se encuentra por encima del reservorio, quedando expuesto el mismo. En estos casos, deberá ser retirado para permitir la correcta cicatrización de la piel abierta”, explica el doctor García-Foncillas.
Para María el cuidado del reservorio fue muy sencillo. “Cuando terminaba cada sesión de quimio, el enfermero o la enfermera lo limpiaba con una inyección de solución de limpieza. Cuando terminé el tratamiento, solo tenía que ir una vez al mes a la misma sala donde me ponían la quimio para que cualquiera de los enfermeros lo limpiase. Tardaban un minuto”.
¿Cuánto tiempo llevaré implantado el reservorio?
El objetivo principal es que lo lleves durante todo el tratamiento con quimioterapia, por lo tanto el tiempo es variable. Puede estar implantado desde unos meses hasta varios años. De hecho, es habitual que tras finalizar el tratamiento no te retiren el reservorio para evitar tener que implantarlo de nuevo en caso de recaída. “Yo lo llevé durante casi seis años.
Físicamente no supuso ningún problema porque era muy cuidadosa con las fechas de limpieza del reservorio. Psicológicamente, me recordaba que había riesgo de recaída,
aunque yo ya sabía que hasta que no pasaran cinco años no me lo iban a quitar ─el riesgo de recaída disminuye en muchos casos a partir de los cinco años─. Por eso cuando te lo retiran es como dejar atrás otra etapa más del proceso”, explica María.
Por Ana Vallejo, Revista La Vida en Rosa
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