- En 2016 según la OMS se registraron 38.000 muertes por malaria en América Latina.
- La única vacuna aprobada actualmente está indicada solo para la población infantil de África.
- Un gran reto para el tratamiento de la malaria son las resistencias que empiezan a verse en los fármacos ahora usados.
La malaria o paludismo es una enfermedad causada por un parásito, el Plasmodium, que se transmite por la picadura de un mosquito infectado. Solo el género anófeles del mosquito transmite esta enfermedad, que es una de las principales causas de mortalidad infantil de todo el mundo, aunque solo se transmite actualmente en la zona comprendida entre los trópicos. Se calcula que al año produce 620.000 muertes y más de 250 millones de episodios clínicos.
En los Estados Unidos se diagnostican cerca de 1.500 casos de malaria cada año, la mayoría de los cuales corresponden a personas que han viajado a países donde la enfermedad es endémica. En las Américas, se considera que 132 millones de personas viven en áreas de riesgo de contraer malaria. Brasil, Colombia, Perú y Venezuela contribuyeron con aproximadamente el 80 % de los casos de malaria reportados en la región en 2016. Según la Organización Mundial de la Salud, en 2016 se registraron 38.000 muertes por malaria en América Latina. A pesar de todas estas cifras y del impacto que tiene esta enfermedad a nivel mundial, los expertos se quejan del poco interés que su investigación genera y la escasa visibilidad de la patología.
Contagio y síntomas de la malaria
Existen cinco tipos de Plasmodium que pueden causar malaria en los seres humanos, siendo el Plasmodium falciparum el más común y el más peligroso, habitual en el África subsahariana. Plasmodium vivax es la segunda especie más común y se puede encontrar en Asia y América Latina. Las otras especies son el Plasmodium ovale, del África occidental; el malariae, del África subsahariana; y el knowlesi, este último común entre los monos pero que también puede infectar a los seres humanos, que se está volviendo más presente cada vez en el sudeste asiático.
Una vez que el mosquito infectado pica a una persona, los parásitos entran en su torrente sanguíneo y se dirigen al hígado, donde se multiplican y se desarrollan. Después de unos días, los parásitos infectan los glóbulos rojos de la sangre, donde continúan multiplicándose y destruyendo los glóbulos rojos infectados. Los síntomas de la malaria pueden variar en intensidad y duración, dependiendo de la especie de Plasmodium que causa la infección y de la respuesta inmunológica del individuo infectado.
En algunos casos, pueden aparecer de forma repentina y ser graves mientras que, en otros casos, pueden ser leves y tardar semanas en desarrollarse. La fiebre es uno de los síntomas más comunes de la malaria, y puede ir acompañada de escalofríos y sudores nocturnos. También es común tener dolor de cabeza, dolores musculares y debilidad general. Otros síntomas pueden incluir náuseas, vómitos, dolor abdominal y diarrea.
En casos más graves, la malaria puede causar complicaciones potencialmente mortales, como anemia, insuficiencia renal, ictericia y daño cerebral. La malaria también puede ser peligrosa para las mujeres embarazadas, ya que puede causar complicaciones en el embarazo y el parto.
El tratamiento de la malaria depende del tipo de Plasmodium que causa la infección y de la gravedad de los síntomas. Los medicamentos antipalúdicos son eficaces para tratar la malaria, pero es importante recibir tratamiento lo antes posible para evitar complicaciones graves. También es importante tomar medidas preventivas para evitar la infección por malaria, como usar repelente de mosquitos, dormir bajo una red mosquitera y tomar medicamentos profilácticos si se viaja a una zona endémica de malaria.
La importancia de la prevención
Actualmente se dispone de toda una serie de medidas preventivas que han demostrado tener una gran eficacia a la hora de cortar la transmisión de la enfermedad. Básicamente la mayor parte de estas medidas se centran en evitar la propagación de los mosquitos, que son el único vector de contagio de esta enfermedad. “Aunque estas medidas funcionan muy bien, el problema que estamos teniendo está en conseguir llevarlas a donde hacen falta. Por ejemplo, las mosquiteras que han demostrado una gran utilidad tienen que renovarse cada cinco años y esto no es posible en todos los países”, explica Quique Bassat, investigador de ISGlobal de España y director del Programa de Malaria de dicho centro.
La otra gran media de prevención para la malaria son las vacunas. Actualmente existe una vacuna que está aprobada para niños africanos desde octubre de 2021. “Sin embargo, esta vacuna solo la están implementando tres países, que son Ghana, Malawi y Kenya, cuando tendría que aplicarse en todos los países y así estamos lejos de tener el suficiente capital de protección”, apunta Bassat, que explica además que esta vacuna ha sido desarrollada específicamente para el Plasmodium falciparum, el más mortífero de los parásitos causantes del paludismo en todo el mundo y el más prevalente en África, pero que no está presente en América, donde la mayoría de los contagios se deben al Plasmodium vivax, ni en el Sudeste Asiático.
El experto también destacó la paradoja de que algunos países de América Latina que casi habían logrado erradicar la enfermedad, ahora hayan sufrido un importante incremento en sus cifras, como es el caso de Venezuela. “La situación política de estos países acaba siendo lo que hace que en algunas zonas no sea fácil luchar contra la transmisión de la enfermedad. Aun así, países como El Salvador y Paraguay han logrado eliminarla. Pero en otros como Honduras, Guatemala, Brasil, Ecuador o Perú, estos tres últimos que comparten el Amazonas, tienen mucho más difícil interrumpir la transmisión”.
Una vez más, la cuestión económica también acaba siendo determinante en la aplicación de medidas preventivas, ya que algunas de estas pueden ser relativamente económicas, pero otras son mucho más costosas. “En España e Italia logró erradicarse la enfermedad en los años 40 y 50 del siglo pasado gracias a importantes obras de ingeniería que desecaron zonas de aguas estancadas. Esto se mostró muy eficaz, pero supone una gran inversión económica. Dormir bajo una mosquitera es mucho más fácil”.
El problema de las resistencias
En el caso de la malaria también existe mucha preocupación por las resistencias que se están generando y los desafíos biológicos que esto supone. En primer lugar, hay mosquitos que están desarrollando resistencia a los insecticidas que se usan para controlarlos. Si estos insecticidas dejan de ser eficaces del todo será un importante desafío poder cortar la cadena de transmisión. El otro gran reto es que algunos de los parásitos están desarrollando también resistencia a los fármacos anti-maláricos actuales.
“Hay fármacos que han perdido toda su eficacia, como son los de la familia de la cloroquina que tan buenos resultados dieron en el pasado. Pero ahora también empezamos a ver que los fármacos derivados de la artemisinina están empezando a perder parte de su eficacia y empieza a desarrollarse una resistencia parcial”, comenta Bassat, quien destaca como existe poco interés por parte de la industria farmacéutica en desarrollar nuevos anti-maláricos.
“Teniendo en cuenta que un nuevo fármaco puede necesitar entre 10 y 15 años para desarrollarse, empezamos a ver ahora que tendremos un problema de resistencias y que ya estamos llegando tarde a su solución”, añade el experto, que apunta cómo la pandemia de covid-19 ha servido para mostrarnos que las enfermedades no entienden de fronteras y que el problema de la malaria puede acabar llegando también a otros países donde tradicionalmente esta no es endémica.
Aumento de las zonas afectadas
Actualmente en Estados Unidos y Europa los casos que se han observado de malaria son personas que han viajado a zonas donde la enfermedad está presente. Sin embargo, al igual que otras patologías en las cuales el vector de contagio es un insecto, el cambio climático puede cambiar esto. “Es cierto que no se ha visto una relación tan directa con el calentamiento global como en otras enfermedades como el dengue o el chikunguya, pero hay evidencias que en zonas montañosas de Etiopía, donde la enfermedad no se daba, han empezado a verse casos y parecen relacionados con el aumento de las temperaturas”, finaliza Bassat.
Por Miguel Ramudo
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