La adolescencia es una etapa de grandes cambios y de emociones fuertes en la vida de todas las personas. En ese proceso que dura varios años, tus hijos/as no sólo notarán que su cuerpo cambia sino también sus ideas y lo que sienten. Esto puede causarles confusión. Aquí te contamos cómo acompañar a tus hijos/as de los 13 a los 18 años y cuidar su salud, tanto física como emocionalmente.
Si tu hijo o hija está cerca de los 10 años es hora de que empieces a pensar que ya puede estar dejando la niñez, quizá pronto dejarás de llevarlo al pediatra y cuando menos te des cuenta su cuerpo habrá cambiado, así como su forma de pensar. No existe un momento especial en el cual comiencen a ocurrir estos cambios que conducen a la adolescencia. Algunos niños empiezan antes y otros después. Lo importante es que tengas presente que a veces los cambios físicos suceden después de los emocionales.
Todo esto puede generar confusión y cambios en los estados de ánimo en los adolescentes. Su cuerpo comienza a ser diferente, algunos desarrollan acné, aparece la menstruación y los senos en las mujeres, los varones cambian su voz y comienzan a tener más vello en la cara. Al mismo tiempo, empiezan a percibir que sus amigos o la gente de su edad los mira de manera diferente, comienzan a buscar modelos con quien quisieran identificarse y sobre todo, intentan ser aceptados por su grupo de referencia.
Esto hace que muchas veces los adolescentes se distancien de sus padres, no estén de acuerdo con sus puntos de vista y los contradigan. Esto es parte normal de este proceso, así que no dejes que la situación te desconcierte. Y si temes por el bienestar de tus hijos/as ante los riesgos del mundo actual, lo mejor es que procures tener una buena comunicación. Trata de mantener siempre un diálogo abierto y de conocer qué cosas están sintiendo, qué temores tienen y qué sensaciones les provocan todos los cambios por los que están pasando.
Recuerda cuando tú estabas en la adolescencia, qué cosas te molestaban o te avergonzaban y comparte esos recuerdos con tus hijos/as, los tranquilizará saber que sus propios padres también han atravesado (y superado) situaciones similares.
No te avergüences de hablar con ellos sobre ciertos temas como la sexualidad y las drogas. La mejor forma de cuidar a tus hijos, de prevenir problemas y de ayudarlos es que ellos tengan la información correcta y conozcan los peligros. Por eso, lo ideal es que te adelantes y hables de estos temas antes de que se presenten. Si le cuentas a tu hija sobre la menstruación luego de su primer período, has llegado tarde. Lo mismo si recuerdas mencionar lo nocivo que puede ser el tabaco luego de haber encontrado la cajetilla de cigarrillos en el bolsillo de su pantalón.
Del mismo modo, trata de informarte acerca de las cosas que pueden ocurrir y de las que te preocupan y procura conversar con tus hijos/as al respecto y de establecer límites relevantes. Tal vez no quieras que tus hijos/as se tiñan el pelo y mucho menos que se hagan tatuajes o perforaciones, pero debes tener en cuenta que ellos/as están experimentando, buscando su propio estilo y también desean sorprenderte, así es que evalúa la importancia de las cosas antes de decir que no. Así, por ejemplo, teñirse puede resultar inofensivo ya que el pelo volverá a crecer y a tener su color natural pero no es tan sencillo eliminar un tatuaje. Este dura toda la vida y además puede causar infecciones y tiene otros riesgos para su salud.
Si tus hijos/as están sanos, durante esta etapa de la adolescencia -que podría dividirse en tres períodos- deberías llevarlos a hacerse chequeos médicos de rutina mínimo una vez cada período: entre los 11 y los 14 (adolescencia temprana), entre los 15 y los 17 (adolescencia intermedia) y entre los 18 y los 22 años (adolescencia tardía).
Estas visitas te ayudarán a detectar cambios importantes, tanto físicos como emocionales y a enfrentar varios temas que pueden resultar difíciles de conversar entre padres e hijos. Por ejemplo, un profesional puede ayudar a despejar dudas sobre el desarrollo normal del cuerpo del adolescente o a detectar si existen riesgos de problemas de adicciones, trastornos de la alimentación o problemas físicos en general. Entre otras cosas, chequeará: la presión arterial, el peso, el nivel del colesterol en la sangre y el estado de la visión, la audición, la boca y los dientes.
Si es necesario, el médico podrá sugerir que lo lleves a uno o varios especialistas: al dentista para revisar el crecimiento de los dientes o la forma de morder, o si tiene caries; al dermatólogo si el acné es muy severo o al ginecólogo en el caso de las chicas, si tiene dolores menstruales muy intensos.
Mientras tanto, tú deberás ir encontrando nuevas formas de comunicarte con tus hijos/as adolescentes, conocerlos y descubrir su forma de ser y pensar. En esta etapa, pueden llamarte la atención muchas actitudes que posiblemente sean parte normal de esta transición. Ten paciencia y comprensión, pero presta atención a algunas cosas que sí pueden ser señales de alarma. Por ejemplo, debes buscar ayuda profesional si notas los siguientes signos o síntomas en tu hijo/a:
- Aumento o pérdida extrema de peso
- Problemas de insomnio o que duerme demasiado
- Cambios rápidos y drásticos en su personalidad
- Cambio repentino de amigos
- Ausencia al colegio de manera frecuente o disminución en el rendimiento escolar
- Referencias al suicidio (aunque sea en broma)
- Indicios de que fuma, bebe alcohol o consume drogas
- Problemas con la ley
- Cualquier otro comportamiento que no es apropiado que dure más de 6 semanas.
Sé paciente y no te rindas aunque a veces te sientas abrumado por las situaciones que se presentan. Ten en cuenta que la adolescencia terminará. Mientras tanto, recuérdales a tus hijos que los(as) apoyas en este proceso y que juntos podrán atravesar este periodo de cambios y contradicciones. Cuando menos te des cuenta, ya serán personas adultas, responsables, comunicativas y además, si han contado con tu apoyo emocional y han visitado al médico con regularidad, serán adultos sanos.
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