Es innegable que desde que los partos se realizan en hospitales y centros médicos en muchos países occidentales se ha reducido de forma muy importante la mortalidad perinatal, tanto en mujeres como en bebés. La intervención oportuna en caso de complicaciones, así como la asistencia por parte de profesionales de la salud para atender tanto a la madre como al hijo durante y después del nacimiento pueden ser, sin duda, de gran utilidad. Pero es verdad que, al mismo tiempo, este cambio ha conllevado que se hayan medicalizado o instrumentalizado de forma muy importante varios aspectos de este proceso fisiológico. Muchos de ellos, cuya utilidad o necesidad podrían ser discutibles.
El uso de anestesia, fórceps, el corte de la episiotomía o incluso la intervención quirúrgica para que un bebé nazca por cesárea, por ejemplo, facilitan muchos partos y salvan muchas vidas. Pero no están exentos de riesgos, efectos adversos o complicaciones, por lo que es necesario que se reserven para los casos en los que resultan vitales.
Hoy hablaremos sobre la inducción del parto, que es un proceso que consiste en estimular al útero para aumentar la frecuencia, duración e intensidad de las contracciones durante el trabajo de parto. Normalmente se realiza por medio de la infusión intravenosa de oxitocina y la ruptura artificial de membranas (amniotomía). Lo que popularmente se conoce como “romper aguas” o “romper la bolsa”.
En su documento de recomendaciones para la conducción del trabajo de parto la Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que cuando el trabajo de parto se alarga durante muchas horas puede representar un riesgo tanto para la madre como para el bebé o bebés.
Esto puede ocurrir cuando el bebé está “mal colocado” o cuando existen anomalías ya sea en el hueso pélvico o los órganos blandos de la madre y muchas veces se opta por realizar una cesárea. No siempre resulta fácil para los profesionales saber cuando se puede considerar un “fracaso del progreso del trabajo de parto”, particularmente en madres primerizas.
Peor rendimiento académico a los 12 años
Un reciente estudio llevado a cabo por investigadores de los Centros Médicos de la Universidad de Ámsterdam que ha analizado el rendimiento académico de más de 220.000 niños y niñas que nacieron por parto inducido sugiere que la inducción del trabajo de parto se asocia con un rendimiento escolar más bajo de los hijos a los 12 años y un nivel de educación secundaria más bajo en comparación con los nacidos en partos no inducidos.
Christiane Schwarz, jefa del Departamento de Ciencias de la obstetricia del Instituto de Ciencias de la Salud de la Universidad de Lübeck (Alemania), opina que estos resultados plantean cuestiones importantes, según recoge Science Media Centre. “Debemos introducir urgentemente un control y una evaluación estrictos de los efectos de las intervenciones rutinarias, especialmente en personas sanas sin indicación médica”.
No sé sabe a ciencia cierta si los efectos que encontró este estudio se deben a los fármacos utilizados durante la inducción del parto, o bien, a haber acortado unos días el desarrollo del bebé dentro del vientre materno. “Sabemos que los niños suelen beneficiarse cognitivamente de un periodo de gestación fisiológicamente largo, en comparación con el nacimiento prematuro”, comenta esta experta.
Lo cierto es que hasta ahora la ciencia no ha demostrado una influencia directa de los medicamentos usados para la inducción del parto (prostaglandinas u oxitocina no placentaria) sobre el desarrollo cerebral del feto.
“Hablando en sentido figurado, si se recolecta la fruta o la verdura recién madura, se tendrá la ventaja de que no habrá más daños por insectos o por el clima que estropeen la cosecha, pero tampoco se aprovechará todo el sabor de la fruta madurada al sol (y algunas estarán sin duda inmaduras)”.
Por Karla Islas Pieck
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